La muchacha que cantaba

Hoy quiero poner estas fotos que tengo desde hace tiempo y que son de una niña muy especial, la hija de unos buenos amigos. Las hice para la firma www.petitsavoir.com una tienda de ropa exclusiva para bebés y niños.
El texto es un relato fantástico de Sonja Rajenj que trata de príncipes y princesas. He encontrado en la biblioteca un libro de cuentos del mundo que utilizaré para mi sección de «mi rincón de cuentos».
Los cuentos siempre nos enseñan algo, no son sólo para los niños, por eso tienen que ser románticos y serios o de amor o de miedo.
A cada uno la historia le puede transmitir una enseñanza distinta, a íi me gustan los cuentos en los que aparecen animales y los que acaban bien, claro… Pero también los de miedo con dragones o monstruos. Y como no, los de amores imposibles. En fin, creo que me gustan casi todos. Aquí os dejo éste que se titula :

LA MUCHACHA RANITA

Había una vez un matrimonio que anhelaba con toda su alma tener descendencia. Es lo que más deseaba en este mundo, pero el tiempo iba pasando y la criatura no llegaba. Una noche, antes de irse a dormir, encendieron una vela para pedir su deseo. Ya eran mayores y sus oportunidades se agotaban.
– Por favor, que alguien nos escuche – rogaron con la mirada fija en la llama.
– Queremos un hijo que nos alegre la recta final en nuestros días. Tanto nos da que sea niño o niña; es igual, aunque sea una ranita.
Las súplicas de la pareja fueron escuchadas, y al cabo de nueve meses justos, la mujer daba a luz a una pequeña ranita a quien amaba con todo el amor de su corazón.
Durante los siguientes catorce años, la vida de la familia transcurrió con absoluta normalidad. Eran pobres, pero felices. De buena mañana, el padre se marchaba a las viñas para trabajar de sol a sol y la madre le llevaba la comida que cocinaba. Hasta qué un día, la señora se encontró indispuesta. Un dolor de riñones la tenía tan martirizada que casi no se podía mover.
– ¡ Ay, estoy baldada!, – se lamentaba la mujer, postrada en el lecho. No sé cómo podré llevarle hoy la comida a mi marido.
– No sufra, madre, ya iré yo- se ofreció la ranita.
– ¿Tú? ¿ y cómo lo harás si no tienes manos para coger la cesta?- comentó la señora dolorida.
– ¡Muy fácil!- dijo la ranita -. La ata a mi espalda y así podré ir dando saltitos.
La idea funcionó y la ranita se fue con la cesta colgada al dorso.
Al llegar se detuvo junto a la valla de las viñas y llamó a su padre para que fuera a recoger la comida. El hombre deshizo las ataduras de la cesta pero, antes de que se sentara bajo la sombra de un árbol, la ranita le pidió que la ayudara a subirse a una rama mientras esperaba. Y así lo hizo.
Mientras el padre comía con una hambre de todos los demonios, la ranita mataba el tiempo entonando bonitas canciones con su voz cautivadora.
El caprichoso destino hizo que en aquellos momentos el hijo del rey pasara muy cerca de la viña. Y al oírla cantar, se quedó absolutamente fascinado por la dulzura de aquella voz. El príncipe miró por todos los lados y no distinguió a nadie salvo aquel hombre que comía bajo la sombra de un árbol.
Picado por la curiosidad, se acercó a él y le preguntó:
– Decidme, ¿quién canta? ¿ De quién es esa voz tan bonita?
Ya fuera por miedo o por vergüenza, el hombre se hizo el despistado y contestó:
– ¿Cantar? Yo no oigo nada. Como podéis comprobar, aquí no hay nadie excepto un servidor.
– Pues yo oigo una voz maravillosa y necesito saber de quién es – insistió el joven príncipe. Es hermosa y me gusta tanto que, si es un chico, me gustaría que fiera mi amigo; y si es una chica, que fuera mi amor.
– Siento contradecirlo- dijo el hombre, más tozudo que una mula.
Debe de ser fruto de vuestra imaginación porque, como es evidente, aquí estoy más solo que una luna.
Decepcionado, el hijo del rey dio media vuelta y regresó a palacio acompañado por su inseparable séquito.
Una semana más tarde se repitió la misma situación. El padre comía tranquilamente sentado a la sombra y la ranita entonaba sus románticas canciones subida a una de las ramas más altas del árbol, atrayendo así la atención del príncipe con su voz seductora.
Esta vez, sin embargo, el hombre no pudo escabullirse. Al principio lo negó, pero acabó sucumbiendo ante la tentación del hijo del rey, quien no se dio por vencido hasta lograr averiguar toda la verdad.
– Quien canta es mi hija- admitió por fin -. Pero tenéis que saber que ella no es una chica cualquiera, mi hija es …es… una ranita.
-¡Me da igual! – exclamó el príncipe deslumbrado por sus cantos-. Estoy locamente enamorado de su voz y quiero casarme con ella.
Cuando la ranita escuchó aquella declaración de amor, bajó del árbol y enseguida se encariñó de aquel joven tan apuesto que la pretendía. Entonces, el príncipe le explicó que dentro de tres días, el rey había puesto una audiencia para conocer a las prometidas de sus tres hijos. Y que la pareja que llevara a la mejor flor de las tres, sería la escogida para heredar el trono del reino.
– Vendrás, ¿ verdad? – le pidió el joven, ilusionado.
– Iré, pero con una condición – contestó la ranita-. Que me envíes un gallo blanco para que me conduzca a palacio.
Tres días después, se presentó montada sobre un gallo blanco luciendo un precioso vestido tejido con rayos de sol. Y de súbito, sólo poner los pies en el jardín, la ranita se convirtió en la joven más bonita del reino.
Los tres príncipes con sus respectivas prometidas se reunieron en el salón del trono. Una llevaba una rosa, otra un clavel, y ella, una espiga de trigo dorada como sus cabellos.
– Eres muy guapa – le dijo el monarca cuando la vio -. Además, de las tres muchachas, tú eres quien ha elegido la mejor flor. Porque la espiga de trigo no solamente es bella, sino que además es útil.
Y así fue como aquella ranita que cantaba como un ruiseñor se convirtió en la princesa favorita del rey y, con el tiempo, en toda una reina.

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